miércoles, 23 de octubre de 2013

Dejar de existir.

Creo que el miedo a la muerte no existe, sino que en realidad es que tenemos miedo a dejar de existir, a no formar parte de nada, a que en unos años tu nombre sea algo desconocido, tu nombre no signifique nada. Y aunque signifique porque has hecho algo importante, tú no lo sabrás porque no eres nada, no existes. Eso es algo que a los humanos les cuesta asimilar por eso, en mi opinión, la creación de tantas religiones. Religiones que te hacen ser eterno, que tu alma nunca muera y por lo tanto nunca te veas obligado a dejar de existir.

No existir, no ser nada, no tener presencia. Son conceptos muy amplios y difíciles de asimilar. Incluso cuando queremos no existir para ver como reaccionarian los demás a ese cambio, suele ser para saber de nuestra importancia. ¿Qué haria esa persona tan importante para ti si tú no estuvieras? ¿Todos los que me abrazan sufrirían por mi muerte? ¿Aquellos que ahora me insultan, me tratan mal y me hacen sufrir serían tan hipócritas como para mencionar que eras "buen chaval" o incluso que te tenían aprecio? Queremos seguir presentes, enterarnos de lo que está pasando existir aunque nadie lo sepa. Nos negamos al hecho que en menos de lo que pensamos ya nadie se acosdará de nosotros.

Somos seres egoístas en nosotros mismos y queremos nuertra presencia. Y por eso no tenemos miedo a la muerte, sino a lo que eso conlleva.


domingo, 20 de octubre de 2013

Devuélveme mis horas perdidas.

El tiempo pasa muy rápido, eso dicen todos. Y yo tengo miedo, tengo miedo a morir habido perdido el tiempo en el que tendría que estar disfrutando por estar pensando en un futuro incierto; por  culpa de buscar un buen futuro, perder el presente. La clave está entre buscar un punto en el que aprender del pasado, sin anclarse en él; vivir el presente y siempre buscar lo mejor para el futuro. Pero ¿dónde está ese punto?

Cuando somos pequeños solo pensamos en el presente y lo vivimos al máximo, nos da igual el futuro y no tenemos pasado que nos marque. En la adolescencia y juventud tenemos que pensar en el futuro, labrarnos uno porque tendremos que vivir toda la vida de eso que planeemos en esos pocos años, eso marcará toda nuestra etapa adulta. Y la vejez nos la pasamos recordando aquellos momentos vividos, pensamos que nuestro tiempo ya pasó y solo nos queda recordar; cuando por el cuntrarío deberíamos buscar nuevas aventuras, aquellas que teníamos prohibidas a una edad anterior o de las que no habríamos disfrutado como con los años que tenemos de experiencia viviendo.

Cuanto mayores somos aumenta la sensación de que "el tiempo vuela" y esto viene con la monotonía y la rutina. Y aquí se presenta mi miedo a la rutina, a no haber aprovechado las 24 horas de cada día, a no haber experimentado todas las experiencias que debería haber hecho. Creo que la rutina es mi mayor enemigo y aquel a el que es más fácil acostumbrarse y eso me da miedo. 

Tengo miedo a un futuro en el que lo único que quiera sea tener una casa con una familia en la que cada día haga lo mismo. Lo que más miedo me da de la rutina es lo fácil que se acostumbra todo el mundo a ella. Lo cómodo es no buscar nuevas experiencias, ni enfrentarnos a nuevos retos. Y para mí, eso es perder el tiempo. 

sábado, 19 de octubre de 2013

El ataque del masoquista.

Llevo 4 años yendo a clases de teatro, cada una de las personas que se apuntas a esa actividad es más rara que la anterior. Pero el premio al más raro se lo lleva un chaval que gracias a Dios y Satanás  solo fue a tres clases. Chico con nombre no importante, pero también conocido como el chico masoquista con una obsesión extraña y preocupante por mí.

Todo empezó cuando nos mandaron hacer un ejercicio en clase en el que teníamos que insultar a un compañero de clase pero con cariño y el niño se acercó a mí y me dijo "puta", así sin contemplaciones ni pensar que tengo un corazoncito, a lo que yo me quedé en shock. En el siguiente ejercicio teníamos que piropear a alguien de clase y el mismo chico se volvió a acercar a mí y me gritó "pechugona" por lo que yo quedé más en shock. Seré todo lo que queréis pero pechugona y puta no están entre mis cualidades.

Pero lo peor fue cuando practicando para una obra en la que yo hacía de cabaretera y llevaba un látigo. Látigo que este niño cogió y con el que me empezó a pegar en plan Christian Grey enfurecido porque te acabas de morder en labio  y yo, que a parte de la manía que ya le tenía y que, que te peguen con un látigo duele, no sabía como reaccionar. A punto estuve de salir corriendo de la clase, llegando a plantearme dejar teatro que iba cagaíca a clase por saber a que clase de tortura me sometería el niño.

Dos clases después el profesor nos comentó que el chico dejaba las clases porque no le gustaba la obra que estábamos haciendo, se creía un gran actor que podía elegir donde actuar o algo. Pero todos sabemos que se largó porque era un inmigrante sin papeles, si es que se le veía en la cara.


martes, 15 de octubre de 2013

Tengo un miedo.

Tengo miedo a no despertarme. No a no despertarme en plan morir, sino a que no me suene el despertador y por lo tanto no despertarme. Mi miedo llega a tener que poner 2345 alarmas en el móvil, cada una con un sonido diferente para no acostumbrarme a ninguno, y un despertador.

Mi despertador no es tan moderno, ni lo apago con tanta calma, pero más o menos.


Esta manía no es porque yo sea puntual, porque soy más bien todo lo contrario. Despertarme tarde es el problema, después a la hora que llegue allá a donde tenga que ir ya es otro cuento muy diferente. 

Muchas veces si escucho algún ruido o simplemente si me da por ahí, me despierto y me preparo para ir al instituto. Lo curioso es que si me despierto y miro el reloj y no pone la hora que pienso que es me niego a aceptarlo, no me creo la hora y necesito ver muchos relojes diferentes. Esto llegó hasta tal punto que un día me desperté una hora antes de la que me suelo despertar y pensando que era tarde. Desperté a mi madre para que me llevase hasta el instituto y allí llegamos las dos una hora antes de que este abriese. 

Yo: ¿Ves como llegamos tardísimo?
Madre: ¿A qué hora abre esto?
Yo: ¿Qué hora es?

Aquí mostrando lo gallegas que somos, para que queremos respuestas si podemos hacer preguntas.

Madre: Soy las ocho.
Yo: Pues entro a las nueve, vaya fallo.
Madre: Pues mientras no es la hora, yo voy a dormir.

Y así fue como yo escuché una hora de radio y Madre durmió una hora más. Desde esa siempre confío en la hora que me da el reloj, para eso sabe más que yo.

sábado, 12 de octubre de 2013

Necesidad de escribir.

Esa necesidad de escribir que se siente cuando uno está realmente jodido, hundido. Porque todos están a tu lado y te escuchan cuando todo lo que tienes que contar son cosas alegres. Lo difícil es aguantar a alguien que todo lo que te cuenta es oscuro y cruel, y al que es difícil sacar de su visión negativa.

Porque cuando estamos mal tampoco necesitamos que nadie nos diga que todo va a ir bien o intentan animarnos, porque seamos sinceros, solemos ser cabezotas y si estamos jodidos no veremos la parte buena de nada. Únicamente queremos soltar mierda, desahogarnos y que nadie nos interrumpo.

No tiene porque tener sentido lo que escribamos, son sentimientos, odios y miedos que salen y se plasman en una hoja en blanco. Darle vueltas a algo que nos atemoriza, revolvernos en nuestras agonías. El ser humano muchas veces es masoquista y no quiere olvidar aquello que le duele, que le hace daño. Si estás en lo más hundo no puedes seguir bajando ¿para qué intentar subir si te puedes acomodar en lo más bajo? Buscar la felicidad es difícil, más fácil es acomodarse en la monotonía.

Lo malo de solo escribir cuando estamos mal es que solo eso queda para la posterioridad, nos olvidamos de lo bueno que hemos vivido. Esos días llenos de pequeños momentos de felicidad, no son grandes días pero son días felices. Y así nuestra mente se va llenando de pequeños textos tristes que se van acumulando. Como no hagamos limpieza o empecemos a escribir en nuestros momentos de felicidad para equilibrar; acabaremos hundidos, más hundidos.

martes, 8 de octubre de 2013

English in the university.

Un día me desperté con un pensamiento. 

¿A DÓNDE COÑO VOY SIN SABER NI PAPA DE INGLÉS?

Y me puse al lío, en busca de academias, clases particulares, escuelas de idiomas y demás. No recuerdo cómo, dónde, ni por qué pero un buen día me encontraba haciendo una prueba de nivel en una universidad. Me aceptaron en el nivel que esperaba y suponía que tenía nivel enséñamelo todo que me cuenta hasta decir como me llamo. 

Primer día de clase.

Llego con Padre y Madre; aquellos a los que a veces les cuesta dejarme ir hasta sola al baño, ellos son especiales; y me veo rodeada de adultos pero de los que dices 'illoh que esto es una universidad no un geriátrico'.
Entramos en la clase y visto me sobraban dos minutos por ejercicio mientras el resto acaba, me dispongo a analizar la clase en general en modo maruja que no tiene vida.

Señor mayor de pelo blanco.
Señor con pinta de intelectual, que no tiene ni idea de inglés. El hombre lo intenta, pero a su edad no da para más, él lo intenta pero na'.

Grupo de cuarentonas.
Señoras para las que el café de los martes les es poco y deciden juntarse y hacer una actividad juntas. Se lo pasan muy bien y son muy felices, pero yo les recomendaría pilates en vez de inglés, que a esta edad la celulitis es muy mala.

El cani que toda clase necesita.
Con su chándal de Adidas de dos piezas negro y dorado, junto con su tatuaje en la muñeca en letras que ni él sabe de dónde son, ni qué pone; seguramente conquistaría a la rubia de la clase; si no fuera porque tiene 30 años, mínimo, más que él.

El cuarentón que necesita inglés para el trabajo.
Que el hombre se aplica y lo intenta, pero lo intenta con tantas ganas que acaba intentando hacer cosas inalcanzables a su nivel. Seamos realistas si no dio una clase de inglés en su vida ¿a dónde va intentando traducir 'entrañable'? Descanse soldado.

El normal.
Quiero ser su amiga, en una clase así, es un espécimen raro. 



... seguiremos informando.

domingo, 6 de octubre de 2013

Un vacío en el estómago.

Es como si estuviese al borde de un precipicio constantemente. El vacío no me deja respirar, comer ni vivir. No puedo respirar con normalidad.

Constantemente deseo que este, sea el último suspiro. Después me doy cuenta que estoy resultando inmadura y egoísta, pero en esos momentos solo me importo yo y acabar con el dolor.
No hay nada peor que el odio hacia uno mismo, ya sea físico o psicológico.

Me da miedo cogerle cariño a las personas porque siempre las pierdo. Empiezo a pesar que es mi culpa, y mi odio propio no ayudar. Odio todo lo que tengo y lo que soy. Solo necesito un cambio, pero ¿cómo conseguir tal cambio?
No tengo a nadie, nunca tuve a nadie.
Me afecta demasiado todo, hasta lo que no tendría que afectarme.

Empezar de cero parece una buena solución. Pero admitámoslo, no soy tan valiente. Me da miedo que lo nuevo pueda ser peor y sé que así nunca avanzaré. Espero hasta el punto en que los cambios son la única salida y así, nunca gano.



miércoles, 2 de octubre de 2013

La cuenta atrás

2 años para la universidad.
2 años para selectividad, si nuestro querido gobierno que cambia más de opinión que de bragas decide hacerla, o en su defecto la odiosa revalidia.
2 años para dejar de escuchar cada tres segundos "todo cuenta para nota".
2 años para que todo deje de contar para nota.
2 años para estudiar lo que quiero, en caso de adivinar qué es lo que quiero estudiar.
2 años para irme lejos de casa, en el mejor de los casos.
2 años para mi muerte, porque si tengo que cocinarme todo yo solita no aguanto un mes.
2 años para la vida adulta (?)
2 años para ser mayor de edad y sacarme el carnet de conducir pero no tener un coche porque no tendré ni dinero para pipas.
2 años para que algo cambie o que nada cambie, ya se verá.