martes, 15 de octubre de 2013

Tengo un miedo.

Tengo miedo a no despertarme. No a no despertarme en plan morir, sino a que no me suene el despertador y por lo tanto no despertarme. Mi miedo llega a tener que poner 2345 alarmas en el móvil, cada una con un sonido diferente para no acostumbrarme a ninguno, y un despertador.

Mi despertador no es tan moderno, ni lo apago con tanta calma, pero más o menos.


Esta manía no es porque yo sea puntual, porque soy más bien todo lo contrario. Despertarme tarde es el problema, después a la hora que llegue allá a donde tenga que ir ya es otro cuento muy diferente. 

Muchas veces si escucho algún ruido o simplemente si me da por ahí, me despierto y me preparo para ir al instituto. Lo curioso es que si me despierto y miro el reloj y no pone la hora que pienso que es me niego a aceptarlo, no me creo la hora y necesito ver muchos relojes diferentes. Esto llegó hasta tal punto que un día me desperté una hora antes de la que me suelo despertar y pensando que era tarde. Desperté a mi madre para que me llevase hasta el instituto y allí llegamos las dos una hora antes de que este abriese. 

Yo: ¿Ves como llegamos tardísimo?
Madre: ¿A qué hora abre esto?
Yo: ¿Qué hora es?

Aquí mostrando lo gallegas que somos, para que queremos respuestas si podemos hacer preguntas.

Madre: Soy las ocho.
Yo: Pues entro a las nueve, vaya fallo.
Madre: Pues mientras no es la hora, yo voy a dormir.

Y así fue como yo escuché una hora de radio y Madre durmió una hora más. Desde esa siempre confío en la hora que me da el reloj, para eso sabe más que yo.

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